Victoria Eugenia Dávila Hoyos (nacida en Tuluá, Valle del Cauca, el 30 de mayo de 1973) es una periodista colombiana de orientación conservadora. Está casada con José Amiro Gnecco Martínez, hijo del exgobernador condenado Lucas Gnecco Cerchar, y es madre de dos hijos: Simón, de su primer matrimonio con Juan Carlos Ruiz (fallecido en 2000), y Salomón. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Autónoma de Occidente y ha desarrollado una carrera en medios como RCN, La FM (2007–2016) y W Radio. Dirigió la revista Semana desde noviembre de 2020 hasta noviembre de 2024, cuando renunció para lanzar su precandidatura presidencial para 2026 como independiente, con respaldo de sectores de derecha, incluyendo figuras vinculadas al uribismo, como los banqueros Gilinski y la exministra Alicia Arango. Su carrera ha estado marcada por controversias, como por condenas. Ha sido criticada por usar su visibilidad mediática como plataforma política, por enfrentamientos públicos —como el que sostuvo con Hassan Nassar— y por su postura abiertamente anti-Petro, promoviendo propuestas radicales como el modelo 10-10-10 que plantea un sistema tributario simplificado basado en tres impuestos con una tasa fija del 10%: impuesto de renta, impuesto al consumo (en reemplazo del IVA) y penalización de al menos 10 años de cárcel para evasores fiscales. Busca eliminar exenciones, reducir la evasión, atraer inversión y hacer más eficiente el gasto público, aunque ha generado debate sobre su viabilidad y posibles efectos fiscales. Aunque ha enfrentado rumores sobre vínculos corruptos con el clan Gnecco, Colombia check desmintió su implicación directa o la de su esposo en el desfalco a una EPS, aclarando que la confusión se debió a otros familiares lejanos y que no existen cargos ni investigaciones formales en su contra..
Acusaciones principales
En resumen:
Proceso civil por difamación (2014): condena inicial por 165 millones de pesos, anulada en su totalidad en 2023 por la Corte Constitucional.
Denuncia penal (2024): acusaciones sobre interceptaciones ilegales archivadas por la Fiscalía debido a un denunciante no legítimo.
- Sí, hay múltiples investigaciones y denuncias relacionadas con la familia Gnecco, a la que está vinculada Vicky Dávila por su matrimonio. La familia de su esposo está claramente salpicada por procesos penales, condenas y órdenes de captura: corrupción, paramilitarismo, contrabando y violencia. Aunque Vicky Dávila no está acusada personalmente, su arraigo con el clan genera preocupación y debate público. Su discurso público condena la corrupción, pero persiste la suspensión de que sus vínculos personales sirvan de paraguas mediático o político.
TESTIMONIO DE MANCUSO
Durante su declaración ante la JEP, Salvatore Mancuso fue categórico: el clan Gnecco no solo tuvo vínculos con el paramilitarismo, fue un engranaje fundamental en su expansión en el Cesar. Nombró a Jorge Gnecco Cerchar —tío político de Vicky Dávila— como financista directo de las AUC, y relató cómo en su mansión en el exclusivo barrio Novalito de Valledupar se fraguaban reuniones entre paramilitares, políticos y miembros de la Fuerza Pública para repartirse el poder regional. A pesar de estas denuncias de peso, Vicky Dávila, que suele gritar más de lo que investiga y pontificar más de lo que demuestra, jamás ha hecho una sola pregunta incómoda a los suyos. Se vende como periodista, pero ha actuado como blindaje mediático, más interesada en dramatizar titulares que en confrontar la verdad cuando la verdad toca su propia casa. Su discurso “valiente” se deshace ante el silencio selectivo con el que protege a un clan marcado por la corrupción, la violencia y el miedo.
CONCLUSIÓN
Análisis psicológico-social: la máscara y el aplauso
En la psique de ciertas figuras públicas, el deseo de ser percibidas como “valientes” o “incorruptibles” puede convertirse en un mecanismo de defensa tan poderoso como cualquier estrategia de ocultamiento. Hay personas que, frente a una verdad demasiado dolorosa o incómoda —como el hecho de compartir su vida con un entorno marcado por la ilegalidad y el poder sucio—, prefieren construir un personaje, afinar una voz, encender una cámara y proyectar una narrativa que las absuelva emocionalmente. No lo hacen solo para engañar al público: lo hacen, sobre todo, para convencerse a sí mismas.
En el caso de Vicky Dávila, lo que salta a la vista no es solo su estilo sobreactuado, su tono inquisidor o su necesidad de aparecer como una especie de fiscal sin toga. Lo verdaderamente revelador es lo que no toca, lo que evita, lo que calla mientras se desgarra en indignación selectiva. Desde una perspectiva psicoanalítica, esto habla de una profunda represión y de una acomodación emocional al poder: se amolda al sistema corrupto para no perder su lugar en él, y transforma su papel de esposa en un pacto de lealtad que no se firma con amor, sino con conveniencia.
Pero también hay una pregunta que nos toca como sociedad: ¿hasta cuándo vamos a seguir aplaudiendo a personajes que representan una justicia de utilería? ¿Hasta cuándo vamos a confundir gritos con argumentos, y moralismo con ética? La complicidad no siempre se esconde tras las armas o los sobornos; a veces se disfraza con micrófonos, columnas de opinión y poses de indignación. Y mientras el pueblo siga premiando la forma por encima del fondo, seguiremos dándole poder a los que, por dentro, ya están podridos.
CALIFICACIÓN PARA VICKY DÁVILA POR SDG
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